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Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Dicho popular.

Sucedió lo predecible (y, en mucho, no deseable), la arrogancia y la soberbia tuvieron un lugar destacado en el contexto de la ceremonia de investidura del Cuadragésimo Sexto Presidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden, no por presencia, sino por ausencia y demostración de fuerza.

Rompiendo, congruente con su ya conocida y natural actitud, el cuestionado y polémico antecesor en el gobierno norteamericano, dejó su encargo y habitáculo temporal, en medio de acusaciones y berrinches, con bombos, platillos y salvas, más parecido al exabrupto del tiburón que no logra devorar a su presa, que a un experimentado profesional que se come el platillo frío. Lo cortés no quita lo valiente.

La ceremonia de toma de protesta del nuevo mandatario, los protocolos y simbología de los actos que siguieron a la ceremonia misma, son un retorno a la ortodoxia, al origen y tradición de la idea de los padres fundadores: Federalismo y democracia.

La disertación inaugural del nuevo mandatario, sin pretender una crónica del evento, tuvo su centro en un término recurrente y enfático: unidad.

 

Las alocuciones del nuevo residente de la casa más famosa del mundo, símbolo del poder y capacidad de influencia global determinante, dan cuenta, intrínsecamente, de la situación polarizada que le es heredada. Consciente está el mandatario de los efectos que el discurso incendiario ha tenido en la integridad emocional de una sociedad históricamente confrontada, a pesar de la solidez de su legislación y las luchas internas que la han llevado a su status de potencia mundial.

Consciente es también del deterioro en la relación con el mundo, que se ha traducido en confrontaciones estériles y peligrosas ante la realidad vigente.

El inaugurado líder de los destinos de Norteamérica plantea una visión de reconstrucción, de reparación, de saneamiento de las heridas infligidas por una determinación separatista y dominante durante los cuatro previos años. Hoy se plantea la idea de “reparar alianzas y unirse nuevamente al mundo, con el poder del ejemplo”.

La iracundia del adiós, el desaire, la ofensa y la diatriba del pasado reciente en la pretensión de la conservación del dominio, sucumbieron ante la realidad y la norma, directriz de los destinos de una nación que se ostenta sólida ante las temporales aventuras del poder, no siempre inmune al virus letal de la ambición, enfermedad perniciosa, siempre presente y devastadora.

Dos mensajes centrales y redundantes en las expresiones del recién inaugurado presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, dan cuenta del deterioro que se hereda y donde hay que meter el cautín.

 

Unidad al interior y diplomacia al exterior. Sanar heridas internas y reencontrarse con el mundo, del que se fue excluyendo paulatinamente con base en su determinante influencia y con la visión de hacer a “América grande nuevamente”.

Muchos son los temas que en estos contextos (interno y externo) llenarán la complicada agenda para realmente recuperar los principios y valores erosionados, lograr la unidad de una nación polarizada y ser un aliado para la paz y seguridad global.

Esperemos que ante este cambio de actitud traiga para el país de los libres, para el hogar de los valientes, para nuestro vecino eterno, un nuevo amanecer… y para nosotros también…

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